- PRESENTACIÓN
- VÍNCULO Y MEDIACIÓN ENTRE LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA
- OBSTÁCULOS HISTÓRICOS AL DESARROLLO DE LA PRAXIS
- OBSTÁCULOS BURGUESES AL DESARROLLO DE LA PRAXIS
- LA PRAXIS COMO MEDIACION COMUNISTA
- LA PRAXIS COMO PEDAGOGÍA REVOLUCIONARIA
1.- PRESENTACIÓN:
Los
organizadores del I Encuentro Internacional de Escuela de Cuadros, a
celebrar a mediados de enero de 2011 en Caracas, me han pedido que
intervenga en dos conferencias: una sobre vínculos y mediaciones entre
la práctica y la teoría, y otra sobre “Historia e historias de la
formación”, que recoja mi experiencia al respecto. En apariencia versan
sobre cosas diferentes según se puede interpretar a simple vista, en una
lectura superficial de los títulos. Pero en la realidad social apuntan a
una misma problemática, a saber, cómo lograr que la praxis
revolucionaria realizada por un sector más o menos minoritario dentro
del pueblo trabajador en su conjunto, como es el de las organizaciones
de izquierdas, grupos y partidos revolucionarios, etc., llegue a la
totalidad de éste o a su inmensa mayoría, siendo comprendida y asumida
en la acción. Si estudiamos los primeros textos marxistas, anteriores
incluso al Manifiesto Comunista, vemos que en ellos tanto la teoría como
la formación política de la clase trabajadora, son partes de un mismo
problema, de una totalidad que engloba diversas instancias o niveles
internos que sólo pueden comprenderse desde esa totalidad, nunca
separados, nunca aislados unos de otros.
Sin embargo, esta
cuestión es una de las más difíciles de ser entendidas no sólo por los
no marxistas y antimarxistas, como es lógico, sino también por muchas
personas que piensan que ya dominan este método para la revolución
comunista. De hecho, estamos ante uno de los problemas cruciales que al
no ser resueltos correctamente en la lucha ayudan a explicar, junto a
otras razones, las derrotas de las masas explotadas. La ruptura entre la
práctica y la teoría fue uno de los desencadenantes de la implosión de
la URSS y del “socialismo” que tenía en ella su dogma idealizado.
También está en la base de la periódica tendencia a la aparición de
corrientes neokantianas de izquierda, agnósticas, reformistas, etc., que
se dicen marxistas. En la medida en que la teoría, el pensamiento, no
está indisolublemente unido a la práctica mediante la praxis, en esa
medida, al final, la realidad aparece como incognoscible en su esencia
siempre móvil, y al ser incognoscible se puede caer y se cae en
cualquier forma de separación de la “cosa en sí” con el pensamiento
limitado a captar solamente la forma externa.
Debemos empezar
advirtiendo de que es imposible encontrar una solución definitiva y
permanente a la cuestión del vínculo y de las mediaciones entre la
teoría y la práctica. Creer que sí era posible lograrlo fue y es otro de
los errores desastrosos de muchas izquierdas revolucionarias que creían
haber dado por fin con la poción mágica, con la fórmula magistral que
instaura para siempre la correcta interacción entre la práctica y la
teoría. Muchas izquierdas se han dormido en los laureles de triunfos
meritoriamente conseguidos, arrancados con heroísmo y sufrimiento,
creyendo que ya estaba asegurada para siempre la dialéctica del
pensamiento con la acción, de la estrategia con la táctica, del futuro
con el presente, etc. Drogadas por la victoria, tal vez cansadas,
cometieron el error de creer que lo fundamental estaba ya asegurado para
siempre, sin posibilidad de retroceso y menos aún de derrota, y
comenzaron a deslizarse imperceptible pero cada vez más rápido por la
dulce y cómoda cuesta abajo del dogmatismo triunfalista.
Sin
embargo, una lectura en profundidad de las primeras obras marxistas,
sobre todo de las “Tesis sobre Feuerbach” de 1845, nos indica dos cosas
decisivas en esta cuestión: una, que es la praxis la mediación entre
teoría y práctica; y otra, que se trata de un proceso inacabable porque
“el propio educador necesita ser educado” durante el mismo proceso de
cambio de la realidad mediante la praxis, mediante la acción
“práctico-crítica”, y dado que no se trata de interpretar la realidad,
sino de “transformarla”, por ello mismo nos enfrentamos a una muy larga
lucha que sólo llegará a su fin en la sociedad comunista. Pero será un
fin que actuará como nacimiento de una nueva relación entre la teoría y
la práctica. Desgraciadamente los denominados “textos juveniles” de Marx
y otras obras posteriores no fueron conocidas hasta hace poco tiempo,
quedando fuera del estudio de muchos marxistas de la segunda generación,
los que vivieron la oleada revolucionaria del primer tercio del siglo
XX. Ahora, tras la implosión de la URSS y en medio de la crisis global y
cualitativamente más grave que todas las anteriores del capitalismo,
ahora esta problemática recupera toda su vital importancia.
2.- VÍNCULO Y MEDIACIÓN ENTRE LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA
Aunque
todos intuimos qué entendemos por “teoría” es conveniente, para evitar
equívocos, sentar una mínima base de consenso: si bien la primera
definición griega de teoría hacía referencia a una especie de mirada
pasiva a la realidad, en la definición marxista la teoría es un cuerpo
complejo de interacciones entre tres componentes: uno, los métodos
racionales de pensamiento, reglas, matemáticas, lógica, etc., adecuados a
la realidad tratada por esa teoría; otro, la interpretación cultural,
filosófica, etc., que de esos métodos racionales y del contexto
sociohistórico objetivo hacen los teóricos; y último, las estructuras
socioeconómicas y políticas dominantes en ese contexto sociohistórico,
que influyen más o menos en la marcha práctica de la teoría,
acelerándola o frenándola. La práctica social, sus resultados
materiales, es la que define el criterio de veracidad por el que se
juzga a toda teoría. De este modo, la teoría y la práctica interactúan
permanentemente obligando tarde o temprano a las creencias e
interpretaciones subjetivas a ponerse a la altura de los resultados
objetivos confirmados en la práctica. Las mediaciones y los vínculos
entre ambos componentes unidos en la síntesis y separados en el
análisis, nos explican cómo se expresan en su interacción.
El
concepto de “mediación” es fundamental para la dialéctica marxista
porque hace referencia a la forma mediante la que se muestran las
cualidades de las cosas en interacción, choque y unidad permanente entre
ellas dentro de una totalidad superior. La mediación muestra cómo los
conceptos se delimitan y a la vez se influyen, se definen, se separan y
se reencuentran al son del movimiento contradictorio de lo real, creando
en esos choques otros conceptos nuevos, más ricos en interacciones, a
partir de los antiguos. La mediación entre la teoría y la práctica,
tomados estos conceptos ahora sólo en el momento del análisis, como los
extremos de un proceso, esta mediación es la praxis, que en su
etimología griega original significaba, entre otras cosas, cualquier
cosa realizada por una persona libre, no esclavizada ni dependiente,
sino libre, dueña de sí, de su pensamiento y de su acción. Marx recupera
y enriquece este concepto originario griego al insistir en que la
praxis es la creación de algo nuevo, liberador y emancipador. De este
modo, la mediación entre teoría y práctica sólo puede ser plena si se
realiza dentro de un proceso creador, liberador.
La
liberación mediante la praxis se expresa de dos maneras diferentes
unidas en su esencia: por un lado, la reducción del tiempo de trabajo
necesario y sobre todo del tiempo de trabajo explotado; y por el otro
lado, el aumento de la potencialidad creativa de la especie humana,
que se basa en que el tiempo libre y propio, el conquistado gracias a la
reducción del tiempo de trabajo, es dedicado a la multiplicación
exponencial de las capacidades creativas. Es por esto que puede ocurrir,
y de hecho así sucede, que únicamente realicemos una parte de la
praxis, por ejemplo, la reducción del tiempo de trabajo y el aumento
correspondiente del tiempo libre, pero que no utilicemos ese tiempo
liberado, recuperado al sistema capitalista, en aumentar nuestra
libertad creativa sino que lo desperdiciemos en cosas innecesarias, o
peor aún, que lo malgastemos reforzando al sistema que nos oprime
comportándonos como éste quiere que lo hagamos durante ese tiempo libre.
Nos encontramos pues ante la necesidad de definir con más
detalla las mediaciones y los vínculos entre práctica y teoría, ya que
es la lucha de clases y la conciencia revolucionaria individual la que
imponen a grandes rasgos las mediaciones entre ambos extremos. Por
ejemplo, el poder burgués impone el tiempo explotado, como veremos, para
reducir el tiempo libre necesario para la praxis, mientras que el
movimiento obrero y revolucionario quiere imponer el tiempo liberado.
Dependiendo de esta lucha irreconciliable, si gana el capital seguirán
totalmente separadas la teoría de la práctica, pero si van ganando las
fuerzas revolucionarias podrán avanzar en su fusión. Por tanto, en el
plano de las contradicciones sociales, las mediaciones son también
sociales y marcan el devenir de la interacción entre la teoría y la
práctica.
3.- OBSTÁCULOS HISTÓRICOS AL DESARROLLO DE LA PRAXIS
Por
razones de brevedad, vamos a exponer muy sucintamente los tres grandes
obstáculos que frenan y condicionan negativamente el desarrollo de la
praxis. Por orden histórico: uno, el hábito humano a retroceder a lo
seguro, al dogma y al idealismo en situaciones de incertidumbre y riesgo
extremo; dos, el surgimiento de la escisión mente/mano y el surgimiento
de la abstracción-mercancía; y tres, el surgimiento del fetichismo de
la mercancía.
Bajo contextos de escasas fuerzas productivas,
de falta de recursos de subsistencia, de precarización y de miedo a los
peligros exteriores, la sociedad humana antiguas tiende a refugiarse en
el conocimiento ya adquirido, no arriesgándose apenas a nuevos
experimentos porque, según dice el refrán popular: “más vale malo
conocido que bueno por conocer”. Sabemos que los refranes son
contradictorios, y que sirven para justificar una cosa y su contrario,
pero no es menos cierto que, por término general, hasta que el
capitalismo no necesitó supeditar el conocimiento humano a su afán de
beneficio, transformándolo en una fuerza productiva más, hasta entonces
muy pocas sociedades precapitalistas habían dado un impulso sostenido al
desarrollo de la ciencia. Eso era debido, entre otras cosas, al enorme
peso reaccionario de la tradición, de la costumbre, de lo aprendido
hasta entonces y que mal que bien sigue resolviendo los problemas. La
historia del pensamiento, de la filosofía, de la cultura, de la ciencia,
etc., refleja este conservadurismo y dogmatismo, que se refuerzan en el
desarrollo del idealismo como enemigo del materialismo. Sin embargo,
presionados por el agotamiento de los recursos, el conservadurismo tuvo
que ceder a la fuerza del método experimental basado en la observación
de los procesos naturales. El duro tránsito del paleolítico al
neolítico refleja la lucha permanente entre el temor a lo nuevo y la
necesidad de experimentarlo para no morir de hambre. Muy lentamente, las
mediaciones entre práctica y conocimiento fueron haciéndose más ágiles
gracias a la agricultura y a la ganadería.
Pero aquí apareció
el segundo gran obstáculo histórico a la praxis: la escisión entre el
trabajo intelectual y el trabajo manual impuesta por una minoría que
monopolizó el saber, la escritura, la aritmética, la geometría, la
astronomía, y que condenó a la mayoría a la ignorancia y al trabajo
extenuante. Fueron las mujeres las más expropiadas del conocimiento
social que ellas mismas habían producido y acumulado en su gran parte.
Según ascendía el patriarcado y retrocedía el papel de la mujer,
también el poder material e intelectual era monopolizado por una minoría
masculina. Los propietarios de la riqueza y del conocimiento
necesitaban la superstición y la ignorancia del pueblo. Las filosofías
idealistas fueron impulsadas por estas minorías, en detrimento de las
materialistas. La mayoría ignorante, creyente y trabajadora aceptaba lo
dicho por los escribas y sacerdotes. La praxis apenas tenía cabida en
estas sociedades porque el trabajo intelectual y el manual estaban
abismalmente separados. Solamente los pequeños grupos de sabios,
administradores y funcionarios podían unificar la práctica con la
teoría, y lo hicieron muy bien, dentro de sus límites, alcanzando
grandes éxitos materiales.
Desde el siglo –VIII dne se
aceleró el comercio, los viajes y la producción mercantil, con la
aparición de una clase social interesada en unir el conocimiento con el
dinero, y tanto en Grecia como en China, esta clase llegó a la
conclusión de que el saber es un tesoro, una riqueza, algo que produce
beneficio, y que no debe ser cedido a la masa trabajadora, a las mujeres
y a los pueblos esclavizados. La filosofía materialista se reforzó con
los descubrimientos productivos, geográficos y culturales, pero en manos
de esa clase comerciante expansiva. Producción mercantil simple,
comercio, viajes, dinero, contabilidad, geografía, matemáticas,
piratería, guerra y saqueo, imperialismo, todo esto necesitaba de reglas
de pensamiento racional y de abstracciones conceptuales fiables basadas
en la experiencia del comercio mercantil. Surgió así la
abstracción-mercancía, es decir, que la mediación entre el pensamiento y
la práctica se realiza mediante el valor mercantil, elevado a una
abstracción que lo mide todo. La abstracción-mercancía no anula el
contenido de verdad de la teoría, la capacidad del pensamiento para
sintetizar racionalmente lo logrado con la práctica social, sino que
muestra que esa verdad está socialmente determinada en sus limitaciones
históricas, que es “falsa conciencia necesaria” porque, en la economía
mercantil, no puede existir otra. Por tanto, la mediación entre teoría y
práctica está así objetivamente limitada por las contradicciones de la
producción mercantil y de su comercio. Por esto mismo, al debilitarse y
al hundirse la economía mercantil, se debitó y se hundió el pensamiento
racional filosófico y protocientífico materialista, retrocediéndose al
oscurantismo fanático e idealista de las religiones.
Por
último, el tercer gran obstáculo que frena la praxis surgió
definitivamente en la fase industrial del capitalismo, cuando la
mercancía podía fabricarse en masa. Ya hemos visto que la
abstracción-mercancía apareció con el desarrollo del comercio, y que ya
para entonces existía un embrión de fetichismo de la mercancía mediante
la adoración del dinero atesorado, el dios Baal o de un Buda recubierto
de oro, por ejemplo, pero sobre todo la identificación entre
conocimiento y dinero. En el capitalismo, esta identificación se realiza
mediante la mercancía que se vende y se compra en el mercado, el sitio
en el que personas y bienes se pulverizan en el valor de cambio. Las
diferencias cualitativas entre ellas desaparecen y las mercancías
dominan la totalidad con la omnipotencia de un fetiche adorado por las
personas. Las diferencias sociales, las clases enemigas y la explotación
desaparecen para convertirse en una masa aborregada y genuflexa en el
templo mercantil. Ante el altar del dinero, las personas elevamos al
rango de fetiche adorable a la mercancía, a lo que es un simple producto
de nuestro trabajo en el capitalismo. Nos humillamos ante las cosas que
hemos creado con nuestro trabajo, tratándolas como dioses, como
fetiches caprichosos y omnipotentes, mientras que, a la inversa,
reducimos a las personas, nos reducimos a nosotros mismos, a simples
cosas deshumanizadas, impersonales, que deben ser tratadas sin
consideración alguna. Las mercancías, lo que se compra y se vende, está
en el altar y le debemos obediencia, y nosotros, sus creadores, estamos
arrodillados.
Una vez que vivimos bajo esta dictadura y la
aceptamos como justa y lógica, desaparece nuestra capacidad de
comprensión teórica y de transformación práctica de lo que existe porque
interpretamos la realidad de forma inversa a lo que ciertamente es.
Adoramos al capitalismo porque adoramos a su forma externa, la
mercancía, y odiamos al enemigo del capitalismo, la clase trabajadora y
nosotros mismos, porque le hemos reducido a una cosa detestable. Por
esto rechazamos toda acción o pensamiento críticos, porque niegan lo que
creemos ser y deseamos ser. En este universo invertido, creemos ser
libres cuando somos oprimidos, y creemos tener los mismos derechos que
la burguesía cuando sólo tenemos el derecho a ser explotados ya que, en
la realidad objetiva del capitalismo, vivimos sólo del salario que un
burgués nos da tras explotar nuestra fuerza de trabajo, cayendo en el
desempleo y empobrecimiento si perdemos el salario. Malvivimos en la
nueva esclavitud asalariada, más perversa que la esclavitud tradicional
porque la asalariada hace creer al esclavo que es libre, cuando no tiene
ni siquiera el derecho al mínimo sustento que tenía el esclavo, a no
ser que lo consigna con feroces luchas sociales.
4.- OBSTÁCULOS BURGUESES AL DESARROLLO DE LA PRAXIS
Pero
la interacción de los tres grandes obstáculos que frenan la
reunificación de la teoría con la práctica mediante la praxis, no logra
evitar que periódicamente surjan resistencias, estallen motines y
rebeliones, y se recuperen las organizaciones revolucionarias reprimidas
o desactivadas. Siempre que exista opresión existirá resistencia a la
opresión, por muy subterránea que sea, por muy débil que se encuentre.
Siempre que la explotación diaria, en la práctica cotidiana, sea una
realidad, siempre tarde o temprano aparecerá un pensamiento, una utopía,
un ideal emancipador que explique por qué existe esa explotación, a
quién beneficia y a quiénes perjudica, cómo luchar contra ella y qué
sociedad futura debemos construir sin explotación. Las personas
dominadas, sean mujeres, clases y/o pueblos, pueden sufrir en la
pasividad su dolor por la dominación, y pueden darle explicaciones
idealistas que justifiquen su mansedumbre, pero tarde o temprano
terminan preguntándose por qué el amo, el conde, el obispo, el banquero,
el empresario, el militar, viven mejor, trabajan menos, cobran más y
mienten y engañan a los explotados.
La cuestión del tiempo de
trabajo, del cansancio y de la salud, del hambre, de la risa, de la
justicia, de la libertad y la cultura, estas cuestiones en apariencia
diferentes, van enlazándose en la vida cotidiana según se acercan la
práctica de resistencia y la teoría que responde a esas dudas e
inquietudes. Las mediaciones y vínculos entre la mano y la mente van
fortaleciéndose en las luchas por las mejoras prácticas con las
argumentaciones que hay que elaborar para convencer a las demás personas
que se sumen a la acción, porque no hay otro remedio. Conforme la
praxis liberadora se enriquece y logra recuperar el tiempo propio y
libre, reduciendo el tiempo explotado, en esa medida el fetichismo se
debilita porque van apareciendo sin tapujos, sin velos mistificadores,
las causas sociales que explican la opresión. Ahora bien, como decimos,
se trata de una lucha permanente, y la burguesía y su Estado también
reaccionan y contraatacan mediante cuatro grandes estrategias.
Una,
aumentar el horario de trabajo y su intensidad, incrementando así el
agotamiento psicofísico y reduciendo por tanto el tiempo libre, de modo
que se merme la capacidad física e intelectual de las clases explotadas,
agotadas al cabo del día y necesitadas de su dosis de pasatiempos
embrutecedores. La intensidad del trabajo, el desgaste psicológico y
nervioso que genera, se une al desgaste físico de la jornada laboral y
del tiempo dedicado al transporte. Es la totalidad psicosomática la que
pierde facultades y la que exige más tiempo de descanso y de
recomposición, lo que sólo se obtiene si se reduce el tiempo libre.
Durante el tiempo de descanso y de recuperación psicosomática,
imprescindible para seguir trabajando, las facultades intelectuales no
están al máximo de su potencia, tampoco lo está la capacidad crítica y
menos aún la imaginación creativa, que es una facultad humana decisiva
para el avance teórico y que debe ser alimentada con toda la información
disponible. Por tanto, reducir como sea el tiempo libre, en el que
mejor y más rápidamente podemos desarrollar la praxis, es una necesidad
para el capitalismo.
Dos, aumentar las ofertas consumistas,
modas y espectáculos alienantes, desde la ración diaria de pasatiempo
escapista; la culturilla del sistema y la mercancías intelectuales de
usar y tirar, hasta el deporte, pasando por un sin fin de otras
prácticas que además de idiotizar, atan económicamente a la mayoría
explotada y enriquecen a la minoría explotadora, dando encima la
sensación social de “libertad” al identificar ésta al mero consumo
inducido y al comportamiento teledirigido. Uno de los objetivos del
sistema es que la gente se inyecte directamente en el cerebro dosis
siempre mayores de alienación; otro es el de hacerle tragar el anzuelo
de que puede “desarrollar su personalidad” dedicando su tiempo libre a
la industria del ocio, del bricolaje, de los cursillos de cocina y de
los juguetitos de miniaturas, sin olvidarnos del culto obsesivo al
cuerpo y a la salud. Todo con tal de impedir que el tiempo libre sea
dedicado a la praxis.
Tres, el recurso de las múltiples
drogodependencias, desde la legales y abundantemente recetadas por la
sanidad oficial, hasta las ilegales y no perseguidas, usadas como arma
de exterminio físico de “poblaciones peligrosas”, y las alegales, las
que se mueven en los espacios grises siempre existentes entre una ley
envejecida y la permanente innovación de las industrias de la
drogodependencia. Es innegable es uso por la burguesía y por el
imperialismo de las drogas como armas de exterminio biológico de miles
de jóvenes potencialmente subversivos, y de pueblos enteros, pero
también como calmante para miles de adultos frustrados y derrotados en
sus vidas, que necesitan sus dosis de alcohol para escaparse de su
miseria cotidiana, así como los euforizantes que la clase trabajadora y
las mujeres han de tomar cada mañana para sacar fuerzas de flaqueza en
su diaria sumisión al capitalismo. Y donde la drogodependencia manda, la
praxis desaparece.
Y cuatro, la interacción de las diversas
represiones contra sujetos y colectivos que pueden irse radicalizando en
su praxis, es el recurso definitivo cuando han fallado los anteriores.
El miedo a la represión, a las multas por actos públicos, a los
embargos, a la cárcel, a la pérdida del trabajo y del prestigio oficial,
etc., es un poderoso instrumento que corta de raíz la interacción entre
la teoría y la práctica. Muchas personas atemorizadas dejan de
practicar sus ideas, se recluyen en la pasividad a la espera de mejores
tiempos, dedicándose mientras tanto a dar rienda suelta a sus
elucubraciones intelectuales. En el medio académico, en la universidad y
en las llamadas “profesiones liberales”, es muy frecuente esta
autoreclusión en un mundo imaginario para evitar las sutiles o
descaradas amenazas y represiones. Acobardados por las consecuencias de
la práctica, los intelectuales se aíslan en sus elucubraciones, huyendo
de la crítica radical y concreta, la de la praxis, y licuando la
teoría hasta dejarla en una sopa insustancial e insípida. Frecuentemente
realizan espectaculares giros bruscos desde la extrema izquierda a la
que pertenecieron a la extrema derecha o al centro-derecha, que les
agasaja con grandes sueldos. Muy pocos detienen su decadencia en el
centro reformista, y apenas ninguno sigue en la izquierda
revolucionaria. En el medio académico, las mediaciones entre la práctica
y la teoría concluyen donde empieza la poltrona.
5.- LA PRAXIS COMO MEDIACION COMUNISTA
El
movimiento comunista internacional pudo dar el paso del socialismo
utópico al socialismo marxista sólo mediante crisis internas y ásperas
luchas contra la burguesía. Fue un proceso iniciado en la década de
1830, que se afianzó en la de 1840 pero que no estuvo realmente seguro
hasta que las terribles lecciones de la guerra mundial de 1914
demostraron la corrección teórica del marxismo. Una vez más, fue la
práctica en su forma más extrema la que corroboró el potencial
revolucionario de este método teórico-político. Si bien Marx, Engels,
Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotsky, Mariátegui, Gramsci, etc., tuvieron un
importante papel en este avance, el mérito hay que atribuirlo a la
interacción entre las masas en lucha y las organizaciones de vanguardia.
Desde entonces se han acumulado muchas experiencias en todo el mundo
que, en síntesis, confirman y mejoran lo esencial de la praxis
desarrollada en aquella época. Aquí vamos a resumirla en cinco puntos.
Primero,
las mediaciones entre la práctica y la teoría se realizan en la praxis
militante, en la acción política, sindical, vecinal, social, cultural,
etc. Sin un contacto directo con las formas de organización, debate y
decisión, de lucha y de autocrítica practicadas por los movimientos y
grupos en sus resistencias a las opresiones que sufren, sin este
contacto interno realizado en el mismo proceso de lucha, más temprano
que tarde el pensamiento, la teoría, terminan separándose de la
realidad, de las contradicciones sociales, de las inquietudes y
preocupaciones de la gente. Una vez rota la conexión práctica, material y
vívida de la mente con la mano, la teoría comienza a deslizarse por la
cuesta abajo de la subjetividad, alejándose del imprescindible oxígeno
de la objetividad crítica que sólo se obtiene en la acción colectiva. De
aquí al reformismo o a la derechización extrema, hay poco espacio. Las
grandes síntesis teóricas del marxismo, avances cualitativos innegables,
se han realizado siempre gracias a esta praxis revolucionaria inserta
en la vida misma, praxis en la que la clandestinidad, las medidas de
seguridad, el exilio, la cárcel y el destierro, etc., han sido directa o
indirectamente una constante y un aliciente para el buen pensamiento.
El academicismo intelectualista progre ha aportado mucho menos a la
emancipación humana que la praxis comunista realizada en las condiciones
más duras.
Segundo, a lo largo de esta la praxis deben
simultanearse en la medida de lo posible todas las críticas a la
realidad capitalista, desde la explotación económica hasta la dominación
cultural e ideológica, pasando por la opresión política y la alienación
religiosa. El movimiento socialista ha realizado la crítica ética del
capitalismo casi siempre en el interior de estas otras denuncias, sin
explicitarla filosóficamente como crítica concreta más que cuando
existían condiciones suficientemente desarrolladas. Ello ha sido debido a
que la denuncia ética y moral tiende, por su nivel de abstracción, a
ser difícil de comprender si no se realiza y se vive en una problemática
ya abiertamente injusta. Del mismo modo, la denuncia del sistema
patriarcal, de la opresión de las naciones, del racismo y de la
xenofobia, estas y otras críticas nos imprescindibles, además de por
razones de justicia y de ética, también por la lógica dialéctica de la
praxis comunista, por el hecho de que hay que desvelar y descubrir todas
las contradicciones ocultas inherentes al capitalismo. En la medida en
que alguna de ellas siga operando sin una denuncia sistemática, se
debilitarán las mediaciones entre la práctica y la teoría quedando ambas
mutiladas y empobrecidas.
Tercera, el movimiento
revolucionario, también en su inicial fase utópica, siempre ha insistido
en la necesidad imperiosa del rigor metodológico, en la minuciosidad
analítica, en la objetividad, calidad y amplitud cuantitativa de las
fuentes de datos. La teoría no puede desarrollarse sin el esfuerzo
paciente del método científico-crítico, del método dialéctico, el único
que descubre lo esencial de cualquier problema debajo de su apariencia
externa. El método científico consiste en encontrar las fuerzas
subterráneas que, en su movimiento, generan las tempestades en la
superficie de la mar. En este esfuerzo racional y sistemático, no puede
faltar la acción de la filosofía, de los valores y de la subjetividad
revolucionaria, pero siempre integradas en la totalidad de la praxis. En
las mediaciones entre la teoría y la práctica, el denominado “factor
subjetivo” interviene como un vínculo más supeditado, como el resto, al
criterio de la práctica. El marxismo rechaza radicalmente el desprecio
de lo subjetivo, y reivindica su papel en la praxis como una mediación
decisiva entre lo que se hace y lo que se piensa. La imaginación
creativa, el deseo de un mundo mejor, el odio a la injusticia y a la
opresión, la opción por la humanidad oprimida, estos valores subjetivos,
son componentes activos en la praxis, y por ello dan el salto a fuerzas
materiales y objetivas cuando son asumidos y practicados por las clases
oprimidas.
Cuarta, llegados a este nivel hay que insistir
en la tarea decisiva que tiene la fusión de la elaboración teórica
descrita con el movimiento real de la lucha de clases. Tanto los
obstáculos históricos como los burgueses arriba vistos impulsan la
tendencia a la burocratización de las organizaciones y a su
distanciamiento de las masas, que en el fondo es la misma degeneración.
Si la interacción entre la militancia revolucionaria y las luchas
concretas a pie de calle y de fábrica, en la vida cotidiana, es un
requisito imprescindible para las mediaciones básicas entre la práctica y
la teoría, esta importancia se multiplica incluso cuando el proceso
revolucionario avanza integrando más y más sectores sociales. Al
aumentar la complejidad de la lucha, de las reivindicaciones y, con
ella, la dureza de la resistencia de la burguesía, la contrastación
práctica de la teoría aparece más urgente y vital a cada nuevo paso,
sobre todo el en componente político que siempre tiene que tener la
teoría. Conforme se acelera el proceso revolucionario, el componente
político de la teoría adquiere mayor importancia, sobre todo el
componente que teoriza la necesidad de tomar el poder y de crear un
poder revolucionario.
Y quinta, cualquier teoría concreta
tiene contenido político más o menos explícito. Desde el método
marxista, ese contenido va adquiriendo importancia dentro de la teoría
en la medida en que ésta se fusiona con la práctica mejorando la praxis
revolucionaria. No puede ser de otro modo ya que la teoría, si es
correcta, termina desvelando la estructura capitalista basada en la
explotación asalariada, en la opresión política y en la dominación
ideológica. La veracidad de la teoría se realiza, en definitiva, cuando
la política y el poder burgués reprimen la praxis revolucionaria, la
lucha de las masas. Cuando va tomando forma el problema del poder y de
la política, las mediaciones entre la crítica teórica y la crítica
práctica deben realizarse mediante una gran riqueza de análisis porque
deben superar los enormes obstáculos que el sistema pone para ocultar la
explotación y falsificar la realidad. La lógica formal, método típico
del reformismo, no sirve para superar estas trabas y para dotar a la
teoría de la suficiente radicalidad de estudio. Las grandes obras
marxistas, comparadas con la flojedad de la sociología burguesa,
muestran una rara habilidad y agilidad de movimientos intelectuales para
penetrar en los complejos laberintos de las contradicciones sociales.
6.- LA PRAXIS COMO PEDAGOGÍA REVOLUCIONARIA
La
mediación comunista entre la teoría y la práctica es un proceso
inacabable dentro del capitalismo debido a la naturaleza alienante de
este modo de producción y, además, porque la burguesía siempre
contraataca con todos sus recursos, dotándose se otros nuevos cuando los
necesita. El capitalismo no sólo dispone para perpetuarse del
fetichismo de la mercancía, sino también de la separación entre el
trabajo manual e intelectual y de la abstracción-mercancía, así como de
la inercia conservadora de la especie humana en situaciones de peligro.
Estas fuerzas reaccionarias que impiden la interacción entre la mano y
la mente, y que en buena medida se anclan en anteriores modos de
producción, se refuerzan con las medidas típicamente burguesas de
reducción del tiempo libre, de manipulación y drogadicción, y de miedo
paralizante.
Para enfrentarse a esta maquinaria en constante
mejora, la militancia revolucionaria solamente tiene la formación
mediante la praxis, único método pedagógico que puede ir por delante
de los contraataques burgueses, preparando a la militancia para avanzar
en las luchas y para no ser desbordada por las innovaciones burguesas.
La formación es un momento de la praxis porque es un momento de la
teoría y de la práctica. La formación no es un cursillo aislado, que se
realiza mecánicamente, como un rito obligado, sino que es una parte
sustancial de la misma lucha permanente. No existe teoría sin formación
teórica, ni práctica sin revisión crítica de ella misma, que es la
autovaloración de la misma lucha. La autocrítica es la formación teórica
realiza sobre y para sus mismos fundamentos y resultados. La
autocrítica exige de una correspondiente formación teórica y de una
experiencia práctica. Partiendo de aquí, ofrecemos cuatro consejos muy
básicos sobre cómo ha de ser la metodología de formación de la
militancia:
Uno, antes que nada y además de permanente, la
formación ha de ser colectiva, concreta y motivadora, que suscite la
ilusión y la creatividad. La formación individual sólo es factible en
temas simples y reducidos, y siempre que esté guiada y supervisada
colectivamente. La verdadera formación revolucionaria únicamente es
posible en un contexto organizativo que aporte experiencia, conocimiento
y rigor crítico. A la vez, en un primer momento, ha de estudiar y
formar sobre problemas concretos directamente relacionados con las
necesidades prioritarias de la militancia, aquellas cuya no resolución
desanima y desmoviliza. La formación teórica más profunda se realizará
después. Los primeros cursos formativos deben partir de lo concreto para
abrir la mente a realidades más profundas y complejas, que serán
estudiadas en cursos posteriores ya planificados y que deben aparecer en
el programa general. Anima saber que se asiste a un curso permanente y
cada vez más abarcador y profundo, y ese ánimo se refuerza cuando desde
el inicio se comprueba que la vida personal y colectiva mejora en
calidad porque mejoran los instrumentos de transformación
revolucionaria.
Pero aunque sean cursos concretos e iniciales
no por ello han de ser superficiales, sino que desde antes del inicio
las personas asistentes deben ser conscientes de que van a realizar uno
de los componentes de la praxis: la interacción entre la teoría y la
práctica en la cuestión sobre la que se forman, y que eso requiere
esfuerzo intelectual. Desde la historia del sindicalismo, hasta la lucha
contra el patriarcado, pasando por las formas de organización, la
defensa de los derechos, etc., temas siempre estudiados en su concreción
inmediata y próxima a los asistentes, en todos estos problemas vividos
diariamente porque son los de la militancia, siempre hay que buscar la
formación teórica y pedagógica, es decir, que una el imprescindible
rigor teórico con la imprescindible facilidad de comprensión.
Dos,
en los cursos más generales y profundos, por ejemplo, sobre el
sindicalismo y la teoría de la plusvalía, sobre por qué y cómo luchar
contra el salario, sobre por qué nunca pueden existir esas mentiras del
“salario justo” y de la “justicia social”, etc., en estos y en todos los
casos la formación han de contrastar las consecuencias prácticas de la
teoría marxista y de la ideología burguesa sobre esas y otras mentiras.
Muy frecuentemente, cometemos el error de la explicación unilateral, del
estudio aislado y en solitario del marxismo sin compararlo con su
enemigo irreconciliable, la ideología burguesa en acción. Este error es
más nefasto todavía cuando tenemos que debatir sobre el socialismo en
general, en su evolución, etc.: incluso aunque analicemos críticamente
la implosión de la URSS, nunca comparamos sus innegables logros con la
realidad del capitalismo mundial en su época. La contextualización y el
contraste, exigencias del método dialéctico, casi nunca se realizan en
la formación revolucionaria. No puede existir una formación teórica
marxista que no se realice sobre la permanente comparación con lo
realizado por la burguesía, pues la dialéctica exige el estudio de la
unidad y lucha de contrarios irreconciliables.
Cumplir con el
método dialéctico es especialmente necesario cuando la formación busca
conocer más en profundidad la vida y obra de las personas marxistas más
creativas: nos limitamos a examinar las obras de Marx, pero no
comparamos su praxis con la de Comte, o con la de Malthus, o con la de
Ricardo. No comparamos a Engels con Bismarck, ni a Lenin con Weber, ni a
Rosa Luxemburgo con Durkheim, ni a Stalin con Hitler, ni a Mao con Hiro
Hito, etc. De este modo, reforzamos el dañino individualismo metódico
burgués, que trocea la realidad, que sobrevalora al “gran hombre” y
menosprecia a las masas, y sobre todo, que impide demostrar la
cualitativa superioridad de la praxis comunista sobre el egoísmo
individualista burgués. Si reforzamos el individualismo metódico
fortalecemos la separación entre teoría y práctica, legitimamos la
ideología burguesa y no demostramos el terrible efecto del fetichismo
pues seguimos viendo a los grandes criminales capitalistas como
intocables. Por el contrario, aplicando el método dialéctico demostramos
la innegable superioridad histórica del socialismo sobre el
capitalismo.
Tres, a la vez todo curso de formación ha de
estar asentado en la realidad de clase, de sexo-género y de nación
opresora u oprimida en la que ha nacido y lucha la militancia. No puede
organizarse ningún programa de formación que no parta y que no termine
en el contexto de lucha en el que se realiza. Aceptar el cosmopolitismo y
la estupidez del supuesto “ciudadano del mundo”, e incluso un
“internacionalismo” abstracto, es la mejor ayuda que podemos hacerle a
la clase dominante que nos machaca aquí mismo, y por extensión al
imperialismo. Pretender formar a la militancia sin insistir en la
explotación patriarcal y en la asalariada es caer en el agujero negro
del interclasismo y del machismo burgués. La formación ha de hincar el
diente a las dinámicas opresoras más duras y efectivas, las que
determinan el resto de los comportamientos sociales, de las ideas
políticas y de las alternativas de futuro.
La presencia
explícita o implícita de estas tres realidades nos debe llevar a la
crítica del poder estatal como centralizador de las represiones, y a la
explicación de la necesidad del poder estatal revolucionario. Arriba
hemos visto cómo toda teoría tiene un contenido político, pero ahora
profundizamos en el contenido de poder de la explotación asalariada, de
la dominación patriarcal y de la opresión nacional. La formación teórica
debe mostrar siempre que estas tres problemáticas solamente pueden
resolverse mediante la praxis de un Estado obrero, y que antes pueden
avanzar en su mejora táctica con la creación de contrapoderes y
situaciones de doble poder. Sea de forma directa o subyacente, cualquier
curso de formación que quiera profundizar en cualquiera de las formas
con las que opera el capitalismo debe diseñar su método de tal forma que
estas realidades aparezcan como estructurales dentro del capitalismo, y
sometidas a la lógica de la acumulación y del máximo beneficio. Una
teoría que no lo tenga en cuenta niega la realidad y, en un primer
momento, reduce la práctica a mera verborrea, y luego abandona la
práctica porque más temprano que tarde esta siempre choca con esa
realidad de fondo.
Y cuatro, además de estos y otros
cursillos, también has de enseñarles métodos de lectura, de extraer
apuntes y de resumir las ideas esenciales de un texto, de oratoria, de
llevar reuniones públicas, de preparar debates, de organizar actos de
reflexión colectiva, etc. Según los casos y asistencia, conviene
organizar grupos de debate dentro del cursillo, que tratarán sobre
aspectos concretos del tema general que serán luego puestos en común.
También es importante que antes del terminar el curso se pase un
cuestionario de crítica y valoración colectiva, y se debata sobre si hay
que hacer mejoras y cuáles al plan inicial planteado, que insertaba ese
curso en una dinámica permanente.
Es muy importante en este
cuarto punto el evitar la “tecnificación” de estos métodos, es decir,
que se den y de reciban de forma tecnicista y neutral, como si sirvieran
al margen de los intereses revolucionarios o reaccionarios. Sabemos que
métodos de lectura rápida, de memorización, de coordinación de ideas,
etc., son usados habitualmente por políticos burgueses, ejecutivos y
empresarios para multiplicar sus capacidades organizativas, pero hay una
diferencia insalvable entre estos métodos y la formación marxista. La
segunda va más allá de la primera porque las técnicas de memorización,
lectura rápida, etc., solamente sirven para datos e ideas ya insertas en
un paradigma conocido, en una teoría o sistema de conocimientos
conocidos que no exige un esfuerzo cualitativo, un aprendizaje
totalmente nuevo. Mientras que el marxismo exige aprender lo antagónico
con la ideología burguesa. La formación como praxis debe y puede
recurrir a esas técnicas pero insertándolas en un esfuerzo intelectual
más duro ya que el marxismo es la superación revolucionaria de todo el
sistema burgués de pensamiento. Del mismo modo, para evitar la
tecnificación de estos métodos exige tener siempre en cuenta que la
formación es un proceso de emancipación integral, política y ética, que
no existe la “técnica neutral” aplicable al margen de la lucha de
clases, y que todo es política, todo repercute a favor o en contra de la
liberación humana.
Concluyendo, la formación como momento de
la praxis debe caracterizarse por la interacción de tres principios: el
ejemplo como método pedagógico, lo praxis colectiva como contexto de la
formación teórica, y la formación como aliciente necesario para el
placer de la subversión.
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA 10-I-2011