La Época
Texto originalmente publicado por la revista boliviana La Época |
Desde la realidad vasca
la lectura del libro de Javo Ferreira Comunidad, indigenismo y
marxismoi
incide en varias reflexiones que independentistas llevamos
manteniendo desde hace tiempo ya que también desde hace tiempo nos
oponemos a la linealidad euro céntrica que expresada en boca del
“joven” Engels condenó a Euskal Herria a la extinción
históricaii.
Antes de seguir, debemos advertir que nuestra matriz socialiii
europea y el muy limitado conocimiento de la extremadamente compleja
realidad de las Américas, nos exige proceder con extremo cuidado a
la hora de emitir juicios sobre los pueblos trabajadores hermanos que
sufren en ese y en los demás continentes, y menos aún con
pretenderles imponer qué han de hacer y cómo. Esta precaución es
típicamente marxista, y solamente fue abandonada con la
burocratización estalinista obsesionada por dirigir férreamente
toda la revolución mundial. Anticipándose a este imperdonable
error, el “viejo” Engelsiv,
que no sólo Marx, se esforzó en explicar la dialéctica entre las
luchas concretas y el proceso general, como se comprueba en sus
cartas a F. Kelley y a Turati, por citar solo dos ejemplos. No vamos
a extendernos en la crítica de los devastadores efectos causados por
la importación teórica y política europea a los pueblos porque
otros autoresv
ya la han realizado. Por el contrario, lo primero debemos hacer los
revolucionarios europeos es aplicar el método marxista al respectovi
y estudiar sobre todo y antes que nada las aportacionesvii
de sus luchas a la emancipación humana.
De entre las muchas
enseñanzas ahora queremos centrarnos en el amplio bloque de
prácticas que tienen relación con el comunitarismo, con los bienes
comunales, con la fuerza emancipadora de la defensa de lo común y de
sus aportaciones al socialismo y al comunismo. Debemos recordar que
Engels propuso a Bebel utilizar las expresiones “Comunidad”,
“Gemeinwesen” y “Commune”viii
en vez de Estado, porque reflejan mejor el ideal socialista una vez
estudiada la decisiva experiencia de la Comuna de París de 1871, que
lo hizo desarrollando la teoría elaborar por Marx precisamente en su
imprescindible texto sobre la Comuna, acerca del papel del
cooperativismo como instrumento para «regular la producción
nacional con arreglo a un plan común, tomándola bajo su control y
poniendo fin a la constante anarquía y a las convulsiones
periódicas, consecuencias inevitables de la producción capitalista,
¿qué será eso entonces, caballeros, más que comunismo, comunismo
“realizable”?»ix.
Ambos amigos no descubrían nada desconocido sino que tomaban lo
mejor de las tradiciones revolucionarias y lo aplicaban a la lucha
contra el capitalismo: la consigna Omnia sunt comuna, «Todo
es común»x,
provenía del movimiento revolucionario anabaptista, grupo
político-religioso europeo del primer tercio del siglo XVI que
seguía las tradiciones igualitarias del pasado, del mismo modo que
en la mitad del siglo XVII los campesinos ingleses ocupaban
--socializaban, en términos actuales-- las tierras baldías y las
volvían productivas, siendo llamados por ello “cavadores”xi.
Pero los estudios sobre
lo comunal y la comuna venían de antes, como hemos dicho, y encima
en cuestiones básicas como la dialéctica entre lenguaje e identidad
comunal, entre las primeras formas de uso de la tierra y de propiedad
colectiva y la evolución de modos de producción precapitalistas.
Marx dijo que: «El lenguaje mismo es tan producto de una comunidad
como, en otro sentido, lo es la existencia de la comunidad misma. Es,
por así decirlo, el ser comunal que habla por sí mismo»xii.
La lengua es un producto de la comunidad, y es por eso el ser comunal
que habla por sí, para sí y para otros, en el mismo proceso
productivo que crea valores de uso. Sin duda, es sobre estas
investigaciones realizadas desde 1855-59 desde donde se avanzará
luego con más profundidad en todo lo relacionado con el problema que
tratamos, que tiene su punto nodal en la reflexiones sobre la “comuna
campesina” rusa abriendo vías de investigación tanto más
actuales ahora que entoncesxiii.
Pues bien, la definición de la lengua como el ser comunal que habla
por sí mismo también nos introduce en el problema de las
tradiciones y de su valor para la recuperación de lo comunal en la
lucha antiimperialista actual.
La tradición cultural,
el complejo lingüístico-cultural, no es monolítico sino que está
minada por las contradicciones sociales que han existido a lo largo
de su historia, conviviendo en su interior fuerzas antagónicas en
unidad y lucha de contrarios. La tradición no es una fuerza
reaccionaria en bloque, sino que en ella pugnan componentes
reaccionarios con revolucionarios. Marx nos ofrece ejemplos de esta
lucha de contrarios: uno, el negativo, es su conocida afirmación de
que «la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una
pesadilla el cerebro de los vivos»xiv,
y el contrario positivo es su no menos conocida afirmación de que
sus héroes eran Espartaco y Keplerxv.
Marx siempre explicó que la teoría se convierte en una fuerza
material cuando es asumida por las masas. Espartaco y Kepler fueron
dos revolucionarios que en sus distintos campos de acción ayudaron
sobremanera a que la humanidad avanzara en su emancipación material
e intelectual a pesar de las tradiciones reaccionarias de las
generaciones muertas. La teoría marxista de la organización indica
cómo debe procederse para que los componentes emancipadores insertos
en la tradición se impongan sobre los opresores.
Mao asume la milenaria
tradición china del Viejo Tonto que impulsaba a generaciones de
explotados a resistir al explotadorxvi.
Trotski se refiere a la campesina francesa Mariette, para quien
«siglos y siglos de acontecimientos y de pruebas han enriquecido y
saturado su memoria política»xvii.
Gramsci analiza esa dialéctica en la misma cultura popular italiana,
por no hablar de la “presencia” de Tupac Amaru, Tupac Atari, el
Che, Marulanda, etcétera, en el imaginario popular andino y
latinoamericano. Y si pasamos de la tradición cultural a la forma
más concreta e importante para nosotros, la tradición
revolucionaria en el crucial aspecto organizativo, Lenin habla de la
«larga historia» de la experiencia clandestina que ha forjado
pautas de comportamiento válidasxviii.
Y por no extendernos, R. Vega Cantor defiende que las tradiciones
tienen componentes emancipadores y afirma que el permanente ataque
capitalista contra la memoria de lucha de los pueblos «constituye
otra típica maniobra de expropiación, tan importante como la
expropiación de las riquezas naturales de los pueblos del mundo»xix.
La relación entre las tradiciones progresistas y el amplio
movimiento que históricamente engloba a lo comunal como el
comunismo, pasando por el consejismo, el cooperativismo, la
autogestión, etcétera, ha sido estudiada en dos textosxx
Pero las tradiciones de
resistencia, de defensa de la propiedad comunal no lograron impedir
el proceso de descomposición, de escisión social clasista interna
en las comunidades campesinas, como muy bien explica J. Ferreira. Se
trata de una crisis ya prevista por Marx y Engels, que pensaron que
la única salvación radicaba en la revolución socialista. Desde muy
pronto Lenin estudió con detalle el proceso de disolución y
pudrimiento interno de la comuna campesina según penetraban en ellas
las relaciones capitalistas de producciónxxi,
conflictos que bajo otras apariencias externas recorren las
resistencias precapitalistas al capitalismoxxii,
y que Marx estudió con su brillantez característica al constatar la
tenaz resistencia de los «sistemas nacionales de producción
precapitalista» xxiii,
de los imperios de China e India basados, entre otras cosas, en la
solidez de la propiedad comunal campesina. Y no faltan autores que
prefieren hablar directamente de «sociedad comunal» como lo básico
de las sociedades precapitalistasxxiv.
Y la propia experiencia
boliviana de 1929 lo vuelve a reafirmar: «el indio es capaz de todo
sacrificio cuando se trata de la recuperación de sus tierras»xxv,
como lo había confirmado la experiencia bolchevique en 1917 en la
carta de carta de un soldado ruso a su familia campesina escrita a
final de verano de 1917: «Querido compadre, seguramente también
allí han oído hablar de bolcheviques, de mencheviques, de
social-revolucionarios. Bueno, compadre, le explicaré que son los
bolcheviques. Los bolcheviques, compadre, somos nosotros, el
proletariado más explotado, simplemente nosotros, los obreros y los
campesinos más pobres. Éste es su programa: todo el poder hay que
dárselo a los diputados obreros, campesinos y soldados; mandar a
todos los burgueses al servicio militar; todas las fábricas y las
tierras al pueblo. Así es que nosotros, nuestro pelotón, estamos
por este programa»xxvi.
Ahora carecemos de
espacio para profundizar en la agudización de estas contradicciones
que surgen del choque, según muchos historiadores, entre el modo de
producción tributario o “asiático”, con sus variantes
esclavista y feudal, con el capitalista, porque queremos insistir en
que a pesar de este resquebrajamiento, debemos recuperar los valores
progresistas e introducirlos en la lucha por el socialismo y el
comunismo en estos momentos en los que el capital está llevando al
extremo uno de los contenidos de lo que Marx definió como
“acumulación originaria”, que ahora se muestra con especial
brutalidad mediante lo que D. Harvey ha denominado “acumulación
por desposesión” que consiste en el expolio masivo de lo común y
de lo público para privatizarlo como propiedad burguesa realizando
la tendencia hacia «la mercantilización de todo»xxvii
inherente al capitalismo, y que concluye en lo que un historiador ha
definido como «continentes robados»xxviii.
El ataque imperialista es ahora tan abrumador contra todo lo que se
le resiste que incluso pequeños sectores reformistas deben buscar
algunas respuestasxxix.
Que se trata de un
proceso en el que lo económico y lo político se imbrican en una
dialéctica vibrante, esto ya fue demostrado entre otros muchos, por
H. Cleaverxxx
al poner de relieve el papel de la resistencia de los pueblos y de
las clases explotadas, de la «clase trabajadora» enfrentada a la
«clase capitalista» según el momento genético-estructural del
estudio del modo de producción capitalista. H. Cleaver es tajante
desde la misma Presentación: «Marx llegó tarde a la América
Latina. Y llegó mal», pero no podemos extendernos en esta verdad
sino que, por razones de espacio, debemos referirnos a la muy
importante referencia que hace a la cultura porque conecta en directo
con dos problemas decisivos en la lucha actual contra el
imperialismo: la importancia de la tradición cultural como fuerza
emancipadora, y la importancia de lo común, de la propiedad
colectiva y comunal, sin entrar ahora a más precisiones. Problemas
que también presentes en J. Ferreira. El autor muestra cómo la
lucha de los pueblos indios, la lucha por la jornada de trabajo, y la
lucha por la productividad y el valor de la fuerza de trabajo, se
interrelacionan siguiendo la lógica expansiva ya enunciada en el
capítulo sobre la acumulación originaria, siempre dentro la
contradicción inherente a la forma-mercancía. El contenido político
de esta contradicción se expresa en la lucha de clases y en las
«rebeliones y guerras de resistencia» contra la privatización
capitalista de lo común y de la fuerza de trabajo.
La lucha por reducir la
jornada de trabajo, especialmente, tiene una muy directa conexión
con nuestro tema porque ha sido una batalla permanente en la historia
de la explotación, en la que la solidaridad y ayuda mutua, la tierra
comunal y los bienes públicos, etc., han sido medios de autodefensa
de los pueblos y clases oprimidas. Lo comunal o comunismo primitivo y
la cooperaciónxxxi
han sido las fuerzas decisorias para la antropogénesis, y dentro de
ellas el arte, la fiesta y el folclore como parte esencial de la
identidadxxxii.
En las primeras colectividades estos factores estaban intrínsecamente
unidos a la satisfacción de las necesidades, a la producción de
placeres y a la efectividad cohesionadora de los actos, juegos y
fiestas colectivos de redistribución del excedente social acumuladoxxxiii
para evitar la polarización de riqueza en una minoría y de pobreza
en la mayoría, medida precautoria que «en ocasiones» se extendía
a la destrucción de las armas arrebatadas al enemigo vencido para
impedir la excesiva acumulación de riquezaxxxiv,
además de otras razones.
J. Ferreira analiza una
de las experiencias permanentes en la historia de las luchas de los
pueblos explotados, la de su escisión social bajo las presiones
capitalistas en ascenso. Ahora, como hemos dicho, el imperialismo
está redoblando los ataques contra todo lo público, lo colectivo,
contra los restos de propiedad comunal que subsisten, buscando además
de otros objetivos, destruir los solidarios lazos comunales y de
ayuda mutua entre las masas explotadas. Se trata de recomponer los
vínculos comunes, socialesxxxv,
que han sido rotos por el capital y que deben (re)construirse en
otras condiciones diferentes a las precapitalistas porque, en el
fondo, de trata de la misma solidaridad liberadora que la que
practicaron los esclavos insurrectos entre los que se encontraba el
Espartaco tan admirado por Marx. Debemos ampliar esta admiración a
todas las personas que se sublevaron contra la injusticia, y debemos
extraer las lecciones necesarias y urgentes para nuestro
antiimperialismo. Debemos pasar a la ofensiva y luchar por la
ampliación masiva de lo público, de los bienes comunes, de la
propiedad colectiva, de las ocupaciones y recuperaciones de las
propiedades privatizadas y de la cultura como «el modo como se
organiza la utilización de los valores de uso»xxxvi.
Notas:
i
Javo Ferreira, Comunidad, indigenismo y marxismo, Edic. La
Palabra Obrera. Bolivia 2010.
ii
Iñaki Gil de San Vicente, Gracias a un error de Engels ¿y de
Marx? 18-01-2008 a libre disposición en Internet
iii
Usamos el concepto de «matriz social» elaborado por Oliver C. Cox,
El capitalismo como sistema social, Fundamentos 1972, pp.
35-79, pero aplicado a la civilización europea como síntesis
social del capitalismo en este espacio geoproductivo: el contexto
ideológico europeo en el que nos hemos formado y en el que
malvivimos, condiciona y limita mucho nuestra capacidad de
pensamiento independiente, objetivo y crítico, a la hora de
estudiar otras civilizaciones no occidentales. Con esta afirmación
en modo alguno aceptamos las tesis del relativismo cultural que tan
acertadamente desmonta J. Ferreira en su libro (pp. 115-147) sino
que nos prevenimos contra la perniciosa costumbre europea de creer
que podemos y debemos dictar a todos los pueblos del mundo lo que
deben hacer, sin respetar sus condiciones y sus voluntades.
iv
En la carta a F. Kelley del 12-XII-1886, Engels critica a quienes
hacen del socialismo «una teoría importada» desde Europa a los
EEUU; y en la carta a Turati del 26-I-1894 sostiene que las
decisiones deben ser tomadas por los italianos. Véase Marx-Engels
Correspondencia, Cartago, 1973. pp. 262-263, y 414-418,
respectivamente.
v
Muy sucintamente, véase a J. Aricó, Marx y América Latina,
Catálogos, 1988. E. Dussel, El último Marx (1863-1882) y la
liberación latinoamericana, Siglo XXI, 1990. N. Kohan Marx
en si (Tercer) Mundo, El Perro y la Rana, 2009; y Nuestro
Marx, Misión Conciencia, 2011.
vi
Nunca es suficientemente conocido el que Marx
y Engel terminaron caracterizándose por estudiar con rigor además
del presente de los pueblos, también su historia y su lengua, como
requisitos mínimos para poder escribir sobre ellos. Es sabido que
en 1858 Marx no aplicó su método dialéctico a su biografía de
Bolívar, pero tampoco es sabido que mientras la escribía, en
1855-59 realizaba de forma silenciosa e interna, no pública, otro
estudio más sistemático y decisivo a la larga, el de las
formaciones precapitalistas en el que ya avanzaba ejes decisivos
para entender el presente y el tema que ahora tratamos.
vii
Iñaki Gil de San Vicente, La
aportación de las Américas a la revolución mundial, del
3-08-2010, a libre disposición en Internet
viii
Engels, Carta a A. Bebel. Obras Escogidas. Progreso. 1978,
Tomo III. p.32.
ix
Marx, La guerra civil en Francia. Obras Escogidas.. Progreso.
1976. Tomo II. p. 237.
x
Espai en Blanc (Coord.) Luchas autónomas en los años sesenta.
Traficantes de Sueños, 2008, p.8.
xi
A. I. Volodin y E. G. Plimak, Las ideas revolucionarias de los
siglos XVIII y XIX, Ed. Nacional de Cuba, 1968, p.35.
xii
Marx, Formaciones económicas precapitalistas. Talleres
Gráficos. 1967. p. 140.
xiii
Los tres autores citados en la nota 5 tratan este decisivo tema, y
recomendamos el de Th. Shanin et alii, El
Marx tardío y la vía rusa. Marx y la periferia del capitalismo
Talasa, 1988.
xiv
Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Obras
Escogidas, Progreso. 1978. Tomo I. p. 408.
xv
J. Elleinstein, Marx, su vida, su obra. Argos Vergara. 1981.
p. 285.
xvi
Mao, El viejo tonto que removió las montañas, Obras
Escogidas. Fundamento. 1974. Tomo III. pp.281-284.
xvii
Trotski, «El drama del proletariado francés» Literatura y
revolución. Ruedo Ibérico. 1969. Tomo II. p. 110.
xviii
Lenin, ¿Qué hacer? Obras Completas. Progreso. 1981. Tomo 6. p.
149.
xix
Renán Vega Cantor, ¿Es posible conciliar la tradición con la
revolución? Herramienta nº 25, Abril 2004, pp. 185-196. El
autor destroza lo que define con razón como «desafortunado
artículo» de J. Holloway en el que éste niega el valor
emancipador de las tradiciones.
xx
Iñaki Gil de San Vicente, «Cooperativismo socialista y
emancipación humana. El legado de Lenin», en Cooperativas y
socialismo. Una mirada desde Cuba, Edit. Caminos. La Habana,
2011. pp. 103-130. Y Cooperativismo obrero, consejismo y
autogestión socialista, 6-08-2002 a libre disposición en
Internet
xxi
Lenin A qué herencia renunciamos, Obras Completas.
Progreso, 1981 Tomo 2. pp. 527-575.
xxii
También en el pueblo vasco están registrados estas contradicciones
y sus luchas desde el siglo XV, como mínimo. Véase Manex
Goyhenetche: Historia general del País Vasco. Ttarttalo,
2000. Tomo II, pp. 250-256.
xxiii
Marx, El Capital, FCE. 1973. Tomo III. p. 322.
xxivRobert
A. Padgug: «Clases y sociedad en la Grecia clásica» En El
marxismo y los estudios clásicos. Akal.
1981. p. 75: «Marx describió varios
tipos generales de sociedad comunal que formaron los estadios
finales del mundo tribal, basado en el parentesco y la transición a
la civilización, basada en las clases y el Estado. El modo
“asiático” el “eslavónico”, el antiguo y el “germánico”
representan los tipos principales con su desarrollo específico cada
uno de ellos, sus variaciones y sus articulaciones internas»
xxv
«Informe sobre la situación en Bolivia-1929», en Marxismo
militante, Edit. Europa, La Paz, Bolivia, N.º 35, abril 2005,
pp. 102-107
xxvi
Giuseppe Boffa La revolución rusa. Era. México 1976.
Volumen 2. p. 28.
xxvii
D. Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Akal 2007,
pp.167-200.
xxviii
R. Wright, Continentes robados- América vista por los indios
desde 1492, Anaya & Muchnik, 1994, p. 145.
xxix
Sin extendernos ahora, véase: Anatole Antón, R. Schmitt (Edit.)
Hacia un nuevo socialismo, El Viejo Topo, 2011. Y J. L.
Laville y J. García, Crisis capitalista y economía solidaria,
Icaria, 2009. Una línea que recorre con matices a casi todos lo
autores en ambos libros es el repensar el valor de lo comunitario,
de la vida que pugna por liberarse del valor de cambio y de la
forma-mercancía, en la medida de lo posible.
xxx
H. Cleaver, Una lectura política de El Capital, FCE, 1985,
pp. 181-207. La actualidad de este libro escrito en 1978 crece
conforme se agrava la actual crisis y con ella la tendencia a las
resistencias de los pueblos llamados atrasados e incultos.
xxxi
Carolina Martínez Pulido: El papel de la mujer en la evolución
humana. Biblioteca Nueva. 2003, p. 464.
xxxii
J. R. McNeill y William H. McNeill, Las
redes humanas. Crítica. 2004, p. 12:
«Un hito importante de este proceso evolutivo fue la
invención del canto y la danza, porque cuando los grupos humanos
flexionan sus grandes músculos y se mantienen juntos moviéndose y
voceando rítmicamente despiertan una cálida sensación de
solidaridad emocional que hace que la cooperación y el apoyo mutuos
en situaciones de peligro sean mucho más firmes que antes».
xxxiii
Marshall Sahlins: Economía de la Edad de Piedra. Akal 1983.
pp. 203-252.
xxxiv
F. Gracia Alonso, Santuarios guerreros en la Protohistoria
europea. Rev. Desperta Ferro. N.º 9, 2011. p.8.
xxxv
AA.VV: “Hegemonía y emancipación. Fábricas
recuperadas, movimientos sociales y poder bolivariano”, Milenio
Libre. Caracas 2006. Págs.: 101-128.